Como todos los días, Martina, desde la sala de su casa en la Ciudad de México, escuchaba las noticias: “La ciudad de Mérida recibiría el Tianguis Turístico en el 2021, la ciudad que en años anteriores había sido nombrada como “Capital Americana de la Cultura y que en repetidas ocasiones ha sido reconocida como una ciudad segura, en un estado pacífico, ha sido la encargada de llevar a cabo tan importante encomienda”.
-Claro, no es para más- pensó Martina - una excelente ciudad que todavía no he tenido la oportunidad de conocer.
Un año después, la pequeña semilla que se había plantado en su mente había germinado y fructificado en la idea de conocer por fin la bella y calurosa ciudad de Mérida. Ella y su esposo Roberto habían rentado un cuarto de hotel en el centro histórico de la capital yucateca y definido cuál sería su recorrido mientras se encontraran en las tierras mayas.
El anillo de cenotes, las costas yucatecas, el paseo de Montejo y claro, el centro, serían las principales atracciones escogidas; también visitarían los pueblos mágicos de Tizimín e Izamal; y para su esposo, amante de la cultura maya, visitarían Chichen Itza y como paso obligado, Kimbila, el pueblo de las guayaberas.
Cada uno de los días de su estancia fueron maravillosos; la gente excelente, la comida maravillosa, los lugares estupendos y su cultura, ni que decir. En los últimos días de su estadía, en un recorrido por las casonas de paseo de Montejo, con el fondo de la glorieta de los Montejo, Marieta le preguntó al guía turístico:
- ¿Por qué le llaman a Mérida la Ciudad Blanca?- un tanto suponiendo la respuesta.
El guía le respondió:
-Existen muchas historias y suposiciones sobre el nombramiento. Algunos dicen que fue por el color de las edificaciones a la llegada de los españoles a Thó; otros, que es por el color blanco de los suelos yucatecos, donde predomina la piedra caliza; pero actualmente se le reconoce como Ciudad Blanca porque somos una de las ciudades más seguras y estados más pacíficos para visitar, y claro para vivir e invertir.
Tras la explicación todos en el grupo quedaron satisfechos por la explicaciones y continuaron contemplando la maravillosa arquitectura e íconos yucatecos. A su partida agradecieron la dicha de haber escogido esta tierra, que aún con su sofocante calor, les había demostrado las bondades de una ciudad que con todo merecimiento recibía el nombramiento de “Ciudad Blanca”.
…
La anterior es una postal bastante recurrente en las y los visitantes de Mérida. El blanco de la paz, de la seguridad, de la cultura y el aire de tranquilidad que se respira, y que constantemente es publicidad por nuestros gobernantes, En Realidad, cuenta con otra cara de la moneda, menos conocida, y que refleja de mejor manera el verdadero color de nuestra ciudad.
Mientras los visitantes recorren las blancas tierras del venado y el faisán, entre las zonas turísticas y gentrificadas de la ciudad, reafirmando la blanquitud de Mérida, en la periferia de la ciudad y en las zonas más marginadas y olvidadas de Mérida, muchas personas se encuentran ante la problemática de luchar contra el desasosiego de la vida. Niñas son violadas por sus familiares e incluso vendidas por unos cuantos pesos. Las tierras de los campesinos son entregadas a particulares sin el consentimiento de los propietarios y despojados a las periferias de las ciudades, lejos de los servicios e infraestructura básica para tener una vida digna.
La vida se precariza y la pobreza crece de manera alarmante. Los campesinos, que se empleaban en el campo, ante la injusta lucha contra el sector alimenticio y agrícola, se ven obligados a cambiar de actividad económica y emplearse en la industria de la construcción, donde los únicos beneficiados son los dueños de las tierras y constructoras, que con la promesa del “boom inmobiliario” y especulación de la tierra, reciben exorbitantes cantidades de dinero que se mantienen en sus manos por los sueldos miserables que se les paga a sus empleados.
Aun con todo esto, con el fatídico panorama, si a mi me preguntaran ¿Mérida es la ciudad blanca?, yo respondería con un rotundo “Sí”, pero no por creer la narrativa que las autoridades nos han contado o por defender a los iconos e ídolos, que nos han presentado como salvadores de la civilidad yucateca, sino por saber el esfuerzo que los gobernantes han tenido por blanquear nuestra ciudad. Por el ejercicio constante de pintar de blanco nuestra ciudad, de quitarle las manchas rojas de sangre derramada por nuestros ancestros, y que aún se derrama por la violencia invisibilizada; de esconder el color café de nuestra piel; de las tonalidades de verde y amarrillo que sobresalen en nuestras baja y espinosa vegetación capaz de resistir las inclemencias de nuestro clima.
¿Mérida es blanca? Si es blanca, pero por el esfuerzo de querer hacernos reconocer a un icono blanco y genocida como la principal figura de progreso en nuestra tierra; somos blancos porque nos han pintado de blanco, pero es hora de tallarnos la pintura que nos han embarrado y demostrar la amplia tonalidad de colores que existen en nuestras tierras. Colores que necesitan y deben ser reconocidos para ser normalizados e incluso enfrentados.
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